sábado, junio 18, 2005

Más reflexiones

7.
"Los pies en el suelo, el pecho en el aire y la cabeza al viento". Esta importante frase, que llegó a mí hace tiempo, es como un mapa muy sencillo de tres polos que me ha servido de guía en muchas ocasiones a lo largo del Camino. Tres dimensiones, tres planos, tres realidades.
Los pies sabiendo dónde pisan, recogiendo toda la energía del suelo por el que avanzan, utilizando con eficacia el acopio de fuerzas físicas de tu cuerpo para avanzar del modo más inteligente posible. Es el nivel de lo terrenal, de lo pragmático, de la supervivencia, de la consumación del Camino en su aspecto más realista. Avanzar con seguridad atendiendo a los cuidados primarios, materiales, fisiológicos, siempre hacia el oeste.
El pecho en el aire que todos compartimos, que todos respiramos. Los pulmones recibiendo y devolviendo al medio que nos envuelve a todos el hálito de la experiencia. El pecho en comunicación con la sensibilidad que flota en el Camino.
Y la cabeza volando hacía lo más alto, hacia lo inconmensurable, hacia la luz del entendimiento. A percibir en cada paisaje la unidad dentro de la inabarcable diversidad del mundo por el que caminamos. La cabeza ordenando en infinitos panoramas móviles el aparente desorden de sensaciones y gestos. La cabeza conectando a cada instante, veloz como la luz de las estrellas, con los veintisiete polos del universo.

8.
He recordado a veces, caminando, la imagen de la primera carta del Tarot, o, mejor dicho, la número cero. El loco. Que es también la primera casilla del Juego de la Oca. Porque así me sentía yo. Con el hatillo al hombro y las mariposas acompañando mi caminar, feliz, a veces, de ser tan libre y tan poca cosa; dichoso por tener en ese momento un tan liviano pasado y, ante mí, un futuro tan inmediato y sencillo. Es la inocencia. Y de ahí, también, el peligro del arcano: en el naipe, el caminante está al borde de un risco sin percatarse de ello. Pero yo pensaba: ese es el riesgo del vagabundo sin tino.
El peregrino está exento de ese riesgo porque no es jamás un vagabundo, porque tiene a donde ir, porque sus pasos le dirigen a un objetivo definido. Y por muy vagas que parezcan las razones de su destino, le libran del deambular alocado. Sigue una senda sabia, perfectamente trazada por hombres muy antiguos.
Sí, hay, en Julio al menos, miles, millones de mariposas que te van abriendo camino y llenan de colores fugaces y de ligereza la vereda por donde avanza el peregrino.
Esa es la maravilla del Camino: te ofrece liviandad y libertad y, al mismo tiempo, un objetivo.

9.
Comiendo con Javier en Burgos, junto a la catedral, hemos creído localizar las cuatro puertas del camino. La primera, Jaca. La segunda, Burgos, el primer tercio de todo recorrido. La tercera, Astorga, y la cuarta, claro, Santiago. En todas estas ciudades hay una puerta bajo la cual el peregrino tiene que pasar. Lo descubrimos un poco intuitivamente, pero la guía de Javier nos lo iba corroborando mágicamente.
Esto lo asocio a las tres fases del Camino que alguien me contó antes de partir. Parece ser que hay una especie de agencia o de centro de terapias en Madrid que organiza y coordina grupos para hacer el Camino por fases. Recorren primero la etapa de la juventud, hasta Burgos. Otro año hacen el tramo de la madurez, de Burgos a León, y por último, el de la senectud, de León hasta el final.
Ellos dicen que el paisaje, el clima, la idiosincrasia de cada uno de esos tercios se corresponde con las tres fases de la vida. Puede ser.
Lo que sí sé es que hacer el Camino es una terapia magnífica casi para cualquiera. La mayor parte de los problemas que asedian al que comienza a andar van siendo sustituidos por otros bastante más inmediatos y pragmáticos. Y el régimen de austeridad y de rigor que exige el peregrinaje hace que cualquier pequeño regalo que el Camino te ofrezca (un paraje fresco y sombreado, una fuente, un bar amable, un saludo respetuoso de un lugareño, una conversación agradable) sea apreciado y degustado con entusiasmo.
Se aprenden a valorar los gestos más sencillos y las más elementales comodidades. Y eso es, creo que indudablemente, magnífico desde cualquier punto de vista. Porque todo lo cultural, todo el universo mental excedente que la civilización nos ha ido haciendo acumular en nuestro sistema de valores, desaparece de un plumazo. Y el caminante aprende a relativizar la importancia de tantos bienes y accesorios de que nos hemos rodeado en la vida cotidiana. Se produce una extraña y curiosa identificación con el caminante de todas las épocas y de todos los tiempos pues, como él, uno prescinde de todo aquello que no sea útil para seguir avanzando, a pie, hacia Santiago o, muchos siglos antes, hacia el Finis Terrae. El hombre del remoto pasado y del segundo milenio después de Cristo, en el Camino, son muy semejantes.
Seres casi desnudos, necesariamente abiertos a la comunicación y empujados a la solidaridad, fatigados, ilusionados por alcanzar una meta inmaterial, un objetivo que, explícitamente o no, siempre tendrá algo de espiritual.

10.
Hay otra característica en el peregrinaje a pie o en bicicleta que, en una época como la nuestra, donde el consumismo es uno de los ingredientes básicos de la vida, hace del Camino una experiencia muy especial: el peregrino apenas si puede comprar nada. Sólo puede consumir aquello que vaya a utilizar en su jornada de viaje.
Me preguntaba ayer una amiga si se están abriendo nuevos negocios en las ciudades por las que pasa el Camino, ahora que se está poniendo de moda. Poco negocio puede dar el caminante. Utiliza, sí, las farmacias, y hay una marca de apósitos para las ampollas de los pies que está haciendo su agosto. Pero poco más. Las zapaterías y las tiendas de artículos deportivos también deben de vender mucho, y los productos que ofrecen son cada vez más caros y sofisticados: sandalias de trekking, botas con gore-tex, calcetines transpirables... Pero todo eso se compra antes de iniciar el Camino, y en las ciudades por las que se pasa no creo que hagan mucha fortuna con ello.
Restaurantes, supermercados y fruterías. Ésas son las únicas tiendas que visita el caminante, y con harta parquedad, sinceramente. Tal vez ahora, con los teléfonos móviles, se vendan algunas tarjetas se recarga. En cuanto a las tiendas de souvenirs, digamos que sólo deben de ser rentables las que hay en Santiago, una vez que el Camino ha terminado.
Y es maravilloso. Porque llevamos el ansia de comprar en la sangre, pero sabemos todos que cualquier cosa inútil o no absolutamente necesaria que compremos la vamos a tener que cargar en la espalda. Entonces, la codicia desaparece como por ensalmo. Miras los escaparates de las tiendas en Logroño, en Burgos, en León, y te parece que todo lo que exhiben allí, entre luces de colores y oropeles, forma parte de un mundo al cual no perteneces. Nada hay en ellos que te llame, que te seduzca, que te tiente. Y entonces pareces un ser de otra galaxia.
Pero eso —yo lo notaba al menos— es otro de los elementos que te hace un ser aún más respetable a los ojos del resto de los ciudadanos con los que te cruzas. Es como si todos supiéramos que se puede intentar hacerle frente, al menos por unas semanas, a ese dragón que nos engulle día tras día. Y que, en el fondo, pocas cosas son absolutamente necesarias. Y la mayoría de ellas no están a la venta.

11.
Existe una preocupación cada vez mayor por parte de un buen número de peregrinos, que seguramente por ello se sienten más puros, acerca de la creciente masificación del Camino.
"Esto parece una romería", dicen algunos, sobre todo al entrar en Galicia, donde aumenta el número de caminantes notablemente. Pero también es uno de los temas de conversación preferidos a lo largo de todo el Camino.
A mí siempre, lo primero, me producía gracia. Es como si los que se lamentasen de que hay demasiada gente no fuesen, ellos mismos, gente. Como si no contribuyeran con su propia presencia a esa "masificación" de la que se quejan.
Puede ser comprensible esta indignación hasta cierto punto, si surge de labios de los que yo llamo "repetidores", es decir, de esas personas están haciendo el Camino por segunda, tercera o incluso séptima vez. Simplemente han conocido tiempos de un Camino más "idílico", si se quiere entender esto como menos concurrido. Pero no veo qué virtud pueda tener eso. Si se desea soledad lo mejor sería darse un paseo por la montaña, o, en plan Cela, hacer un recorrido a pie por la Alcarria.
Yo creo que el Camino de Santiago es capaz de acoger en su seno a verdaderas multitudes sin perder un ápice de su magnificencia y de su potencial transformador. O incluso al revés: su eficacia como espacio de aprendizaje aumentaría. Hay que recordar que en los siglos XIII y XIV, el Camino era una auténtica y viva Universidad andante y que muchos peregrinos dedicaban varios años de su vida (como en el caso de Raimundo Lulio, que estuvo veinte años) aprendiendo los diversos oficios y saberes que, como talleres y seminarios, se habían establecido todo a lo largo de su recorrido. Las guías antiguas hablan de más de quinientas mil personas, simultáneamente, haciendo el Camino.
El peregrino de ahora quizás tiene miedo a no encontrar plaza en los pocos albergues que jalonan su trazado. Pero eso es simple cortedad de miras. Es evidente que si aumenta el número de caminantes, aumentará por fuerza el número de hospitales y de refugios. Si no los crean los poderes públicos, serán los privados, o los diversos grupos de opinión y de credo, deseosos de ejercer su influencia sobre un público creciente y receptivo.
¿No estamos viendo acaso lo que sucede con ese falso espacio abierto llamado Internet? Sólo que el Camino de Santiago jamás soportaría tal competitividad comercial, ni llegaría nunca a ser esa feria universal de equívocas y chabacanas simplezas que es Internet. El Camino es algo tan vital, tan cierto, tan directo, tan opuesto al llamado universo de lo "virtual" (aunque en sentido estricto es justamente eso, ya que "virtual" es una palabra robada, relacionada con "virtud") que repelería inmediatamente esa conspicua confusión de pensamientos organizada que parece ser el modelo de conducta dominante en estos tiempos.

12.
Quiero hablar ahora de los problemas físicos que asaltan al caminante. No he conocido, en mi viaje, a ningún peregrino que no haya sufrido dolencias. Son como la sal del Camino.
Recuerdo un día que, en el grupo en el que caminaba, nos dimos permiso para expresar durante un minuto las lamentaciones personales que nos acuciaban. Aquello fue como un coro caótico de voces desesperadas. Nos reímos un buen rato del juego, pero nunca más volvimos a proponerlo. Es mejor no hacerse eco de las propias protestas. Es preferible no verbalizarlas siquiera. Ni aún dedicarse a pensarlas en silencio. Lo mejor es intentar olvidarse de ellas.
Cuando la planta del pie izquierdo deja de doler, aparece el pinchazo en la rodilla derecha, y si no, la contractura del cuello, ésa que viene y se va, o la ampolla del talón se recrudece, o...
La lista es infinita, inacabable. Porque ninguno de nosotros somos Cristos caminando sobre las aguas. Sabemos, por la antigua ciencia de la reflexología podal, que en la planta del pie se reflejan (de ahí el nombre) todas las dolencias que sufre el organismo. Así, no es propiamente el pie el que, por su conformación, o por el calzado, o por el modo de caminar, produce todas esas ampollas e hinchazones: es nuestro cuerpo y nuestra mente, globalmente, en el trabajo de adaptarse a esa actividad cotidiana y nueva para él de caminar día tras día con el peso de un macuto, el que expresa en los pies sus agobios y sus batallas internas.
Naturalmente el pie (como decía un querido amigo que tal vez me escuche desde donde sea) es “lo más bajo y lo más sucio” que tenemos. Aquello que está en contacto con lo más pedestre (nunca mejor dicho) del Camino propiamente dicho. La principal batalla se manifiesta ahí, entre la superficie de rozamiento y la llanta de nuestro carro, y evidentemente, es ahí donde se perciben todos los problemas del vehículo.
Por eso el cuidado de los pies con vaselina, su limpieza y la idoneidad del calzado son necesarias, pero incluso cuidando todo eso, las ampollas y los tendones inflamados seguirán apareciendo. Seguramente hasta el momento en que deje de protestar la última célula de nuestro organismo, y no antes.